Los jueves se me cae el pelo. Esto
es así desde la tercera sesión de la quimio que me dan los lunes. Como ya me lo
había rapado hacía un par de semanas, lo que se me caen son pelitos de poco
menos de un centímetro, así que por las mañanas parece que una familia de puercoespines
hubiera pasado la noche rebozándose en mi almohada.
Los lunes me ponen quimio, y los
jueves pierdo pelo. Es algo así como quien sale un lunes de trabajar y decide
correrse la juerga del siglo. El martes sigue de juerga, el miércoles no sabe
quién es, y el jueves, resaca mediante, aparece por la oficina. Pues yo igual.
De martes a jueves tengo resaca de quimio, los jueves mudo y el viernes empiezo
a “espolletar”. Ahora ya tengo la típica cabecita koyak más blanca que peluda,
lo cual celebro, porque si no todo el asunto de raparse no hubiera tenido
ningún propósito. Además, ya puestos a tener cáncer y tal, por lo menos que se
te caiga el pelo, así tienes carta blanca para espatarrarte en lugares públicos
y otros privilegios a los que puedes acceder simplemente diciendo la palabra
que empieza por c. Las cejas, de momento, permanecen en sus puestos. Así pues,
y como ya empiezo a padecer los síntomas del temible fármaco, he decidido
dedicar esta entrada a contaros un poco cómo me está sentando la cosa.
Cuando empezó todo este sarao, es
decir, cuando fui diagnosticada (hablo de las dos primeras semanas allá en el
St. Bartholomew’s Hopital y las dos primeras aquí en el HUCA), cada día era
como si fuera mi cumpleaños, Navidad y el día de Reyes, todo a la vez. Todavía
no estaba con las defensas bajas, con lo que podía recibir visitas a tutiplén,
sobre todo en Londres, donde llegamos a hacer una especie de mini concierto en
la salita en el que una señora muy mayor le acabó pidiendo al Almirante que se
tocara unos temas de Elvis. Todo eran bombones, cupcakes, regalos y merendolas
con todos los amigos que venían cada día por allí (¡realmente no sabía que
había hecho tantos amigos en Londres!). La quimio todavía no había empezado a
hacer de las suyas y, por el contrario, los esteroides que me dan como
medicación complementaria me activaban de lo lindo y me ponían de un humor excelente
(ver punto tres del post “Hay que ser fan de lo que hay”: Drogas gratis).
Pero no todo el monte es orégano,
o, si preferís, a todo cerdo le llega su San Martín, y ahora, y aunque siguen
tratándome como a una reina mora, los achaques de la quimio han hecho acto de
presencia y estoy un poco más jorobada, como no podía ser de otra manera. En
jerga médica, llaman “estar aplasiada”
a ese estado en el que tus defensas ya han bajado a niveles críticos. A mí me
encanta esta expresión, me suena a telenovela total: “Don Arturo José, sabe que
lo añoro pero no venga usté hoy a verme, que estoy aplasiada ya usté sabe mi
amol”. Pues en eso consiste un poco el aplasiamiento:
en estar tirado en modo gato, echando siestas todo el día, a veces con algún
dolorcillo o pinchazo aquí y allá con el que lidiar, otras simplemente en plan mareo de coche, nada del otro mundo.
Después de la aplasia, cuando tus
defensas van subiendo, te mandan a casa y es allí donde tienes que enfrentarte a la resaca del que la lió parda aquél lunes. Pero, al menos en mi caso, no es
más que eso: un resacón. Nada que cualquier asturiano de a pie no conozca de
primera mano. Y por el momento, si bien
dura más días, el asunto no deja de ser parecido al nivel Resaca De Sidra (RDS
Level), o si me apuras, incluso más light. El RDS level me tendría postrada en la cama en posición fetal, sudando el Ebro en
frío, palangana en mano vomitando cada
dos por tres, con un tono facial tirando al verde musgo. Si no habéis tenido el
gusto de pasar este nivel, podéis compararlo a la típica gastrointeritis heavy
metal. Bien, pues todo esto, achaques que una persona media conoce por
experiencia, es, de momento, peor y menos llevadero que la quimio, en mi caso al menos. Mi amiga Rebeca Campa, vecina de la quinta planta en el HUCA y
supermujer guerrera donde las haya, dice que, con todas las drugs que le ponen
para paliar los efectos de la quimioterapia, está como para salir de fiesta
ahora mismo. Y eso que le están poniendo quimio una semana entera a la tía. Admito
que ahora mismo mis fuerzas y vigor son más bien los propios de una vieja decrépita, pero de
dolores y molesias no me puedo quejar, y lo de las fuerzas mejora día a día.
Cierto es, hay que dejar claro,
que cada persona y cada tipo de cáncer es un mundo, y por desgracia también
tengo cerca a personas que han pasado quimios tremebundas, RDS level pasado
muchas pantallas ha. Es el caso de mi tía Eva, que acaba de superar un cáncer
de mama, y que cada vez que le ponían quimio estaba vomitando tres días
seguidos sin parar.
En cualquier caso, yo quiero
pensar que los momentos de dolor físico servirán para regocijarme cuando me
levante y vuelva a tener todas mis energías conmigo. ¡Eh! Y a lo mejor siguen
dándome esteroides después de que mis defensas hayan vuelto a subir, y vuelvo a
estar no sólo en forma sino artificialmente eufórica una temporada, todo el día
sin parar, o sea colocada como una perra.
De momento, cuando tengo un mal
día y no puedo hacer mucho más que tumbarme presa de algún vil efecto
secundario de las medicinas que me dan, pienso en esa escena de El Club de la
Lucha en la que Tyler Durden le hace al prota una quemadura química en la mano,
y, al ver que éste trata de evadirse del dolor pensando en pingüinos le dice: “¡Este
es el momento más grande de tu vida y estás por ahí perdiéndotelo!”. Bien, yo
no lo llamaría momento más grande de mi vida a estar en posición fetal con cara
de culo y una toalla por si acaso, no lo pondría en el vídeo de mis mejores
momentos con Wouldn’t it be nice de los Beach Boys sonando de fondo, pero una
cosa es cierta: cuando esté en plena forma lo voy a valorar muchísimo más
después de haber pasado por esta fase de aplasia,
mon amour.
Eso sí, no voy a mentir: yo sí
que me evado, ¡vaya que si me evado! Me ciño a pies juntillas a aquello que
decía Oscar Wilde: “Señor, líbrame del dolor físico, que del moral ya me ocupo
yo”. Y no lo hago con mi mente, buscando a mi animal zen: No. Yo le doy al
botón rojo compulsivamente y pido que me enchufen barra libre de calmantes,
analgésicos, anti náuseas, laxantes, lo quiero todo. Y en un ratín me encuentro
ya mucho mejor. Maravillas de la medicina moderna.