domingo, 11 de diciembre de 2016

Capítulo Cuarto: Drogas nuevas, SÍ



Otra de las ventajas del trasplante fue el tener la oportunidad de probar y conocer drogas nuevas. Digo drogas de las guays, de las que te hacen sentirte bien. Drogas, vamos. Nadie va por ahí chutándose quimioterapia por placer.

Bajo mi punto de vista, deberían equipar al paciente con un kit de las mismas ya de mano en el momento inmediatamente posterior al diagnóstico de un cáncer. De hecho eso fue justo lo que me pasó a mí, y por eso todo me ha ido tan bien mentalmente durante estos meses que en otras circunstancias podría haber bautizado como “2016, Mi Año De Mierda”. 

Por suerte para mí, gracias a Fortuna y al good thinking de los doctores ingleses, cuando me dieron la noticia ya habían empezado a administrarme esteroides para bajar el recuento de glóbulos blancos a niveles normales, un primer paso “de libro” para contener un poco aquél despropósito celular que me estaba ocurriendo.  Cierto es que nadie me libró del berrinche inicial abrazada al Almirante como si él fuera la Boya Salvavidas Mágica que Todo lo Cura (aunque podríamos decir que esta es una de sus facetas, el Almirante no sé si cura pero animar anima como nadie y es un apoyo sin el cual no sé qué habría sido de mí).

Pero volvamos a las drogas: aquellos esteroides, nuevos para mi organismo, ya estaban funcionando al día siguiente de mi diagnóstico, haciéndome pensar en Lance Armstrong y en su testículo del tamaño de un limón y en el hecho de no tener que volver a currar en meses y cosas así. Estas son las ventajas de tener un cáncer siendo joven, sin cargas familiares, colocada de corticoides y profundamente inconsciente de la que se te viene encima: ves la parte buena del hecho desagradable de que te acaben de diagnosticar un cáncer.

La cortisona (esteroides) tiene la capacidad de hacer que un día en una habitación de hospital sea incluso divertido. Piensas cosas graciosas (para ti, al menos), estás muy activo, disfrutas mucho de la música que llevas en los cascos, escribes chorradas, dibujas o haces planes y cuando te da la hora de dormir estás como un búho comiendo techo. Una especie de búho-hiena, riéndote por lo bajo de cualquier estupidez que en condiciones normales no te haría ninguna gracia.

Pero no hubo esteroides en el trasplante, chicos. No los hubo. Hubo que vivir, ver e interpretar todo aquello desde el desolado páramo de la sobriedad mental.  Fatal.


  
Pero hubo drogas nuevas, y a eso quería yo llegar. ¡Conocí la famosa morfina! Y quedé muy satisfecha con el producto a nivel analgésico así como con su generosa administración por parte del personal sanitario. Me explico:

Tan pronto como tu boca comienza a mostrar los primeros síntomas de la Mucositis de Papá Quimio, te la ofrecen sin más. Es algo así como el equivalente cutre y hospitalario de llegar a una fiesta de Freddie Mercury y ser recibido por un enano con un bol de cocaína incrustado en la cabeza, invitándote a meter la nariz dentro sin turuto ni nada. Tanta teta biónica y tanto cable por todos lados tenían que tener algún uso mínimamente molón, lo sabía. Pues sí: uno de los muchos tubos que iban del gotero a mis enchufes biónicos era exclusivamente para que yo, a placer, regulara con una rosquita la cantidad de morfina que me apetecía meterme pa’l cuerpo.  Por supuesto el personal fomentaba siempre un consumo responsable, que luego aquello va a tener que desaparecer y el mono existe, señoras. Pero el caso es que aquella gente sabía que la mucositis puede hacerte ver las estrellas con sólo tragar saliva, así que muy compasivos te daban a placer un botellón de aquello que cuando se terminaba, sólo tenías que pedir otro: barra libre total. Tú te regulabas con aquella rosquita tan maja la dosis, eras más o menos libre de decidir cuán grogui te querías poner. Y eso está guay, ese es el camino doctores, dejen al paciente que se coloque a sus anchas, ¡denle al menos eso!


Así que Papi Quimio me iba a hacer escupir fresones de carne roja y también echar la pota, eso la morfina no lo puede evitar. Pero tú puedes pasar por ello con la cara más yonki del mundo y decir: pues trago y no me duele. Chincha. Y sí, estoy vomitando lo que parece un bicho de peli de John Carpenter derretido, pero doler, no duele. Deal with it, bitch. Mira qué chula está quedando esta foto de mi palangana roja.  Si no la comparto en Instagram es porque NO estoy de ESTEROIDES sino de MORFINA: la morfina no te activa ni convierte cualquier idea en lo que tú crees que es una genialidad que debe ser ejecutada de inmediato. La morfina te anestesia y te seda.

Por eso tampoco me interesaba mucho pasarme con la dosis, y os explicaré por qué una yonki como yo consideró moderarse habiendo barra libre de algo que colocara de alguna manera.




La explicación es la siguiente: En el trasplante hay normas. Normas de comportamiento marciales que auxiliares y enfermeros se empeñan en que observes o al menos en que tengas mucha pinta de estar intentando observar. Una de esas normas, una de las más importantes y con mucho la que menos gusta a una gordi como yo, es la máxima de que el paciente debe permanecer el mínimo tiempo en la cama. En la cama se está de noche para dormir. Como mucho un pigacín después de comer. El resto del tiempo puedes instalarte en otros de los puntos disponibles en tu habitación, a saber:
  • Una silla.
  • Un sillón reclinable.
  • Un sofá cama, que debe estar recogido (tener aspecto de Sofá y no de Cama) desde las ocho o nueve de la mañana y no volver a su formato Cama hasta la hora de dormir. Este sofá es duro como el demonio. Allí duerme tu Acompañante, que deberá ser más duro que el sofá a la par de quererte muchísimo para haber sido tan valiente de apuntarse a esta aventura.
  • Una bicicleta estática. Sí, como lo oyes. La habitación va equipada con una maldita bicicleta estática y esperan que la uses. Mira que no suspiraba yo por una bici en la habitación durante el primer ingreso, cuando estaba a tope de cortisona y la quimio era de colorines. Pues no. Te la ponen ahora que no puedes ni con el gotero. Al menos las vistas seguían siendo preciosas, pudiendo colocar la bici frente a la ventana e imaginarte pedaleando por los verdes paisajes asturianos.
He de decir, eso sí, que mi habitación estaba de nuevo muy bien. Era la suite, me la habían reservado por mi cara bonita y supongo que porque nadie la estaba usando cuando a mí me tocaba entrar, pero fue un bonito detalle que me la dieran a mí. Las ventanas hacían esquina, era un cubículo de luz y cristal. Tristemente todos sabemos que cuando estás pasando las de Caín esto puede no ser  valorado como debería, pero oye, algo anima poder ver un paisaje espectacular en lugar de estar enzulado en una habitación sin ventanas. Gracias chicos del HUCA por esa suite a la que nos fuimos mi madre y yo a pasarlo bastante mal. He de reconocer que la habitación era preciosa. Gracias de nuevo por el detalle, gente de la planta 9 del HUCA. 

Durante aquellos 40 días de trasplante, me convertí en Vomitón, la mascota de Chris Elliot en Búscate la Vida. Y aún así me tratasteis todos como una a una princesa.