lunes, 8 de agosto de 2016

Soy una punk

Hacía mucho que no actualizaba mi blogcillo. Que no cunda el pánico: este parón se ha debido principalmente a que soy una vaga. No ha habido crisis ni físicas ni emocionales en el camino. Sigo con mi sano principio de importarme todo un cojón, poniéndome nerviosa únicamente cuando se me aproximan pruebas con objetos punzantes. Ya incluso apenas salgo con pelucas de colores, y a los curiosos que me observan fijamente durante demasiados segundos -atrapados sin duda por la belleza y redondez de mi cráneo al desnudo- , les hago el corte de manga. Niños incluidos.  


De hecho, estoy muy contenta porque últimamente tampoco las agujas me impresionan tanto como antes. El otro día me hicieron un aspirado de médula, cosa que suele doler y que implica que te claven una aguja enorme en el esternón para extraer un poco de médula del interior del hueso. Consiste en lo siguiente: primero te pinchan una anestesia local. Luego te clavan poco a poco una aguja que nunca he podido ver (ya que en todo el proceso tienes que permanecer con la cara mirando al lado mientras te ensartan aquello en el pecho) pero que por el ruido que hace al entrar parece del tamaño de las de hacer ganchillo. Una vez han instalado el montaje, te avisan de que “va un tirón”, y tiran de algo que yo me imagino que debe de ser un émbolo asociado a la aguja-jeringuilla que está alojada en tu esternón. El tirón es lo que duele. Luego tiran otra vez, y así sucesivamente hasta que extraen todo el mejunje óseo que necesitan.

Mi estrategia para hacer llevaderas estas pruebas solía consistir en ponerme los cascos y pinchar Motorhead, creyéndome muy dura pero en el fondo tratando de no pensar en los movimientos de las doctoras y sus utensilios en torno a mí. En cambio esta última vez implementé un nuevo sistema que sin ser consciente llevaba mucho tiempo desarrollando en mis 26 años de persona con tendencia al estreñimiento. Consiste en apretar mucho los dientes, los puños, los párpados, y todo el cuerpo en general, durante los segundos que dura el momento doloroso. Así, cuando me avisaron de que iba el primer tirón, apreté. Al segundo tirón repetí la operación y volví a apretarme con fuerza. Estaba tan concentrada en mi apretamiento, que el dolor pasó desapercibido. Fue como la seda. Con estas exitosas estrategias ante el dolor, más algún Orfidal en ocasiones especiales, ya ni las agujas van a alterarme. No me va a importar ninguna de las pruebas y putaditas de hospital que me hagan, voy a ser como el rapero nihilista.


Me estoy viniendo arriba un poco, en realidad no creo que eso llegue a ocurrir. Sigo sudando como un pollo cuando me tumban en la camilla y se me acercan con la anestesia.

En otro orden de cosas, terminé de leer “Por favor, mátame: la historia oral del punk”. Se lo recomiendo a todo el mundo. Lo recomiendo especialmente como terapia para los amantes del rock que atraviesen una mala racha de cualquier tipo, cáncer incluido, como es mi caso. Por qué: porque Iggy Pop estaba peor.

Yo, cuando me ponen quimio, tengo algún día malo. Y a veces me toca alguna prueba desagradable como las antes descritas. Pero es que Iggy se pasó la década de los 70 hecho una mierda, rebozado en sustancias y salpicando sangre y vómito a los cuatro vientos. Además, tenía un look muy cáncer style, se afeitaba las cejas y cosas así. Se rajaba el pecho sobre el escenario, dejándolo todo perdido de sangre. Vomitaba al público, se inyectaba cosas, recibía palizas, era abandonado por sus amigos en la cuneta de cualquier calle. Todos ellos, los Stooges, los MC5, los New York Dolls, los Ramones, vivían más o menos en la miseria, prostituyéndose para comprar drogas, recibiendo palizas e ingresando en prisión de cuando en cuando. En algún momento de la historia alguien llamó “punk” a todo eso y poco después los adolescentes a uno y otro lado del atlántico querían ser como ellos.

Por supuesto, es una estupidez idealizar la pobreza y la enfermedad. Porque toda esa gente no quería ser pobre ni encontrarse mal. Querían nadar en billetes y zambullir coches caros en piscinas. Y lo hacían a la mínima ocasión en que alguna compañía discográfica corta de reflejos les extendía un cheque en blanco. Lo de vivir en la miseria, prostituirse y tener el mono era un simple efecto secundario de sus aventuras. Pero el caso es que tampoco parecía importarles demasiado. Roña y purpurina convivían en armonía.

En cambio a nosotros sólo nos han contado la parte del glamour. Todos hemos visto fotos del rat pack en trajes impecables cuando estoy segura de que su estado habitual era más bien con la corbata en la cabeza y la bragueta abierta. Vivimos en un mundo dominado por un modelo irreal de belleza y salud, pero quién, a ver, QUIÉN puede sentirse identificado con esa gente sonriente que desayuna zumo de naranja y cereales integrales en familia vestidos impecablemente (nada de pijamón con lamparones) a la luz de un sol radiante (¿?)  mientras una voz en off te dice a ti, espectador-parásito que ves la tele en horas de oficina, que empieces el día con energía. Pues no. La enfermedad forma parte de la vida y la gente rubia y sonriente de los paquetes de cereales es espeluznante: esto es así. Desde aquí quiero reivindicar que el vídeo de la hamburguesa fue lo mejor que hizo David Hasselhof en su carrera, y desde luego lo mínimo que podía hacer en compensación al daño causado por Los Vigilantes de la Playa. Pero por supuesto lo de la hamburguesa fue un escándalo en las redes sociales y los vigilantes un éxito televisivo, cuando tenía que haber sido exactamente al revés.

Pues bien, enfermo de cáncer, tú que te lamentas viendo pasar el verano desde tu habitación de hospital, que tienes náuseas y odias las agujas, no temas: también esto es una simple consecuencia de tu propia aventura. Podemos incorporar una cierta dosis de enfermedad y deterioro físico a nuestra vida como han hecho las rock stars de todos los tiempos. El espectáculo debe continuar.




4 comentarios:

  1. Es que, esa parte del dolor, no nos la explican bien. veamos:

    Tú naces y todo va bien, eres el rey de la casa, todo el mundo te mima y si te hiciesen una encuesta de esas tu respuesta sería:

    “No tengo quejas, hasta ahora todo va de miedo, esto de vivir promete un montón”

    Es verdad que te dicen eso de “ten cuidado, que te vas a caer” y cosas así, pero de hospitales y enfermedades nada de nada, así que tu no te tomas las advertencias muy en serio hasta que un día sales corriendo detrás de una pelota, te metes un castañazo de mil pares y te vuelves a tu madre con esa cara que dice “¡¡Pero y esto que demonios es!!”, por cierto que creo que ese es el momento perfecto para decirle al chaval “pues eso no es todo, los reyes no existen, son los padres”.

    En lo de los famosos pues no se, porque a veces a los medios de comunicación les encanta contarnos como, detrás del glamour, se esconde una vida llena de problemas, un poco para hacernos creer eso de que “el dinero no da la felicidad”.

    Por cierto que cuentan que, hace ya unos años, un periodista novato fue a entrevistar a Barbara Hutton, que era entonces la mujer más rica del mundo. El hombre quiso hacer una buena introducción a la entrevista y comenzó diciendo:

    - Sra. Hutton, ya sabemos que el dinero no da la felicidad …

    Ella le interrumpió inmediatamente y le dijo:

    - Oiga joven ¿y a usted quien le ha dicho eso?

    Estuve buscando una escena de alguna peli para ilustrar el tema y solo pude encontrar esta escena del comienzo de “Lawrence de Arabia”.

    https://www.youtube.com/watch?v=eEEVNX7dSCU





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