En general todo ocurrió según el proceso descrito en el Capítulo Segundo, y
más o menos en ese orden: En eso consiste un trasplante de médula. Pero no os
voy a dejar sólo con los detalles expeditivos, así en frío, todo tan racional y
bien explicadito. En el proceso viví también muchas historias y conocí personas
y drogas nuevas que por supuesto tengo que compartir con vosotros, aderezados
con algún consejo y cotilleo marujil. Empezaré con la Entrañable Historia de
TV, el doctor, posible alter-ego de HUCA, el actor (los expertos no se ponen de
acuerdo). La historia del doctor guaperas empleado, en teoría, del departamento
de Radioterapia del Nuevo HUCA.
Digo en teoría, porque sospecho en verdad que TV no es un doctor de aspecto
televisivo, sino a la inversa, un actor de aspecto doctoril, el cual como buen
actor se hace pasar por doctor a la perfección, no sabiendo nadie muy bien a
qué se dedica en su despacho aparte de a tener pinta de madurito atractivo y
decir cosas de actor de serie de médicos culebronera.
Mi primer encuentro con el Doctor TV fue en su despacho. El objeto de la
cita era explicarme el proceso de radioterapia al que iba a someterme, algo
totalmente nuevo para mí, ya que en todo el tratamiento previo no me habían
radiado nunca. Así que allí estábamos
juntitos y expectantes mi padre, el Almirante y yo, sentados ante un señor que
lucía y nos miraba más o menos así (bastante así, de hecho):
Recuerdo que una de las primeras cosas que hizo fue cogerme la mano y usar
la expresión “carita”. Me hizo sentir bastante incómoda, pero lo atribuí a su
buen hacer médico y a su dedicación absoluta por sus pacientes, en definitiva,
a su profesionalidad. Sí, señores: el Doctor TV me vendió la moto.
Me recomendó un libro escrito por una antigua paciente, que había pasado
por mi situación y la había relatado en un libro lleno de fotografías, y a la
que por lo visto le recordé por mi juventud, mi pelo rapado y mi mencionada
“carita” (que en aquél momento debía ser un poema, pero bueno). Recalcó varias veces lo especial que paciente y libro eran para él, razón por la cual poder no
podía prestármelo, pero insistió en que anotara y fotografiara todos los
detalles de edición del volumen para que me hiciera con él por mi cuenta.
Después de este despliegue actoril tan emotivo culminó su escena con los
detalles médicos por los que en verdad estábamos ahí todos. Esta es la lista de
cosas que el Doctor TV buscó mal en Wikipedia cuando su guionista se cogió las
vacaciones de verano, que debían de caerle por esas fechas:
- La radioterapia iba a ser el proceso menos agresivo de todos a los que me habría de someter.
- En la gente joven, se intenta proteger el pulmón de la radiación torácica, por lo que se me haría un molde para evitar radiarme los pulmones.
- Tendríamos nuestra siguiente cita el último día de mis sesiones de radioterapia para valorar cómo había ido todo.
Aquello sonaba muy bien. Claro, era todo mentira. Eso sí, lo dijo con
mucho aplomo y convicción. Lo que confirma mi teoría de que en realidad este
señor ostenta el título de Actor HUCA y no
el de Doctor TV. Pero esto son sólo especulaciones mías y del Almirante que
probablemente sólo tendrían sentido si la vida fuera en verdad una serie de
Larry David.
Aunque, pensando en los recientes acontecimientos, (Donald Trump, el follón del Brexit, y por no hablar de este nuestro gran país España), puede que Larry
David esté de hecho dirigiendo el
mundo, igual que Ed Harris en El Show de
Truman. Pero este es ya un debate
que sobrepasa con mucho el tema de esta entrada. Se abre el debate, por
supuesto.
Yo sólo sé que desde la primera maldita sesión de radio, una media hora
después de algo que, esto es verdad, doler no había dolido nada, empecé a
vomitar y no paré hasta aproximadamente un mes después. Nunca, jamás, me había
sentido tan débil y enferma como cuando tuve que someterme a las sesiones de
radioterapia. A la primera, claro, fui por mi propio pie, encaramándome muy
confiada a aquél colchón. Creyendo a pies juntillas en la inocuidad descrita
por A. HUCA / Dr. TV.
Las siguientes sesiones ya estaba ingresada, por lo que
unos bedeles encantadores me venían a buscar early in the morning a la habitación, me sentaban bien momificada y
mascarillada en una silla de ruedas (todo un suplicio de verticalidad en
aquellas circunstancias, lo juro); y tras conducirme al piso de los rayos me
aparcaban amablemente en el Rincón De Esperar.
En estos trayectos siempre me aseguraba de llevar conmigo una toalla o
bolsa para vomitar mientras esperaba, vómitos de algo verde y viscoso y pinta
nada saludable, bastante radiactiva de hecho, a juego con los cartelitos de
“riesgo de radiación” que decoran las paredes en este ala del hospital.
Ya en la intimidad de mi aparcamiento, yo buscaba desesperadamente alguna
camilla de estas que andan por ahí abandonadas en los pasillos, para reptando
encaramarme a ella buscando la posición más horizontal posible hasta que me
tocara entrar. Pasado un tiempo prudencial de espera, que variaba un poco en
función de que alguien que ya se hubiera tomado un café se percatara de que
había un paciente aparcado en el Rincón de Esperar[1],
los doctores (los de verdad, el Dr TV ya no estaba en el meollo) me llamaban
para pasar a la sala de la sesión.
En todo este proceso no hubo rastro del molde protector del pulmón, ni del
Dr. TV, quien, o estaba muy bien escondido observándolo todo desde un rincón
secreto o bien se cuidaba mucho de realizar sus labores en espacios
radiactivos.
Tuvo, eso sí, una última aparición final. Yo me disponía a recibir ya la
última sesión de radio y estaba en la camilla esperando a que aquello empezara.
Entonces apareció de la nada e hizo lo suyo, a saber, cogerme la mano y
preguntarme con voz empalagosa qué tal estaba, prometiendo dirigirse a mi
habitación después, acorde con la cita de control que teníamos programada. Así nos evitaría a mi madre y a mí el tener
que bajar a su despacho con aquellos pijamas tan horrendos y en aquellas
delicadas circunstancias. Qué majo, de
verdad.
Por supuesto, no le volví a ver el pelo.
No obstante, quiero romper una lanza en favor del Dr. Tv. / A. Huca para los
amigos. A lo mejor en el fondo el Dr. TV sabía exactamente lo que hacía. Igual
el doctor TV es doctor. Uno de esos doctores hippies, sí, que bajo su
punto de vista holístico y alternata decidió que para qué hacerme sufrir con
horrendos datos realistas pudiendo hacerme creer que todo iba a ir como la
seda, que aquello de la radioterapia era totalmente inocuo y placentero como un
masaje japonés. Así, pensó seguramente, la chica vendrá de mano mucho más
fuerte mentalmente y motivada, sin miedos ni predisposiciones a sufrir,
creyéndose, en definitiva, muy preparada y dispuesta, algo que, hablando en
serio, es fundamental en esta vida no ya a la hora de afrontar un cáncer sino
hasta para comprar el pan. Todos sabemos la importancia del coco a la hora de
hacer frente a una situación difícil. La importancia del coco, en general. Como
diría mi abuelo, que en paz descanse: Lo
importante es lo que va debajo de la boina. Ay, abuelo, qué gran verdad.
Eso sí, me hubiera gustado esa protección en el pulmón. No mola que te
radien así a lo loco.
A no ser que con ello desarrolles alguna mutación consistente en
Superpoder, eso siempre vaya por delante.
El Dr. TV es muy Lynch.
ResponderEliminarQuizás soñaste al doc TV, quizás sólo está debajo de tu boina. Quizá tú eres Lynch y no hay Ed Harris.
ResponderEliminarSoy Mybro :)
ResponderEliminarTania y Mybro, vosotras sí que sois Lynch! Lynch nos hace creer en la originalidad de sus movidas rarunas salidas de su mente de genio, pero en verdad está todo el día pendiente de vuestras cuentas de Instagram a ver vuestras fotos y copiaros. El otro día me pareció verlo por Oviedo siguiendo a Tania a una distancia prudencial, iba con un paquete del Etsy de Mybro haciendo de Catalejo.
ResponderEliminarVámonos, átomos.
ResponderEliminarTa luego :D