lunes, 28 de noviembre de 2016

Capítulo Tercero: El extraño caso del Doctor TV y el Actor HUCA

En general todo ocurrió según el proceso descrito en el Capítulo Segundo, y más o menos en ese orden: En eso consiste un trasplante de médula. Pero no os voy a dejar sólo con los detalles expeditivos, así en frío, todo tan racional y bien explicadito. En el proceso viví también muchas historias y conocí personas y drogas nuevas que por supuesto tengo que compartir con vosotros, aderezados con algún consejo y cotilleo marujil. Empezaré con la Entrañable Historia de TV, el doctor, posible alter-ego de HUCA, el actor (los expertos no se ponen de acuerdo). La historia del doctor guaperas empleado, en teoría, del departamento de Radioterapia del Nuevo HUCA.

Digo en teoría, porque sospecho en verdad que TV no es un doctor de aspecto televisivo, sino a la inversa, un actor de aspecto doctoril, el cual como buen actor se hace pasar por doctor a la perfección, no sabiendo nadie muy bien a qué se dedica en su despacho aparte de a tener pinta de madurito atractivo y decir cosas de actor de serie de médicos culebronera.


Mi primer encuentro con el Doctor TV fue en su despacho. El objeto de la cita era explicarme el proceso de radioterapia al que iba a someterme, algo totalmente nuevo para mí, ya que en todo el tratamiento previo no me habían radiado nunca.  Así que allí estábamos juntitos y expectantes mi padre, el Almirante y yo, sentados ante un señor que lucía y nos miraba más o menos así (bastante así, de hecho):


                                                                                   (Dr. TV)

Recuerdo que una de las primeras cosas que hizo fue cogerme la mano y usar la expresión “carita”. Me hizo sentir bastante incómoda, pero lo atribuí a su buen hacer médico y a su dedicación absoluta por sus pacientes, en definitiva, a su profesionalidad. Sí, señores: el Doctor TV me vendió la moto.
Me recomendó un libro escrito por una antigua paciente, que había pasado por mi situación y la había relatado en un libro lleno de fotografías, y a la que por lo visto le recordé por mi juventud, mi pelo rapado y mi mencionada “carita” (que en aquél momento debía ser un poema, pero bueno). Recalcó varias veces lo especial que paciente y libro eran para él, razón por la cual poder no podía prestármelo, pero insistió en que anotara y fotografiara todos los detalles de edición del volumen para que me hiciera con él por mi cuenta. 

Después de este despliegue actoril tan emotivo culminó su escena con los detalles médicos por los que en verdad estábamos ahí todos. Esta es la lista de cosas que el Doctor TV buscó mal en Wikipedia cuando su guionista se cogió las vacaciones de verano, que debían de caerle por esas fechas:
  1. La radioterapia iba a ser el proceso menos agresivo de todos a los que me habría de someter.
  2.  En la gente joven, se intenta proteger el pulmón de la radiación torácica, por lo que se me haría un molde para evitar radiarme los pulmones.
  3. Tendríamos nuestra siguiente cita el último día de mis sesiones de radioterapia para valorar cómo había ido todo.

Aquello sonaba muy bien. Claro, era todo mentira. Eso sí, lo dijo con mucho aplomo y convicción. Lo que confirma mi teoría de que en realidad este señor ostenta el título de Actor HUCA  y no el de Doctor TV. Pero esto son sólo especulaciones mías y del Almirante que probablemente sólo tendrían sentido si la vida fuera en verdad una serie de Larry David. 

Aunque, pensando en los recientes acontecimientos, (Donald Trump, el follón del Brexit, y por no hablar de este nuestro gran país España), puede que Larry David esté de hecho dirigiendo el mundo, igual que Ed Harris en El Show de Truman. Pero este es ya  un debate que sobrepasa con mucho el tema de esta entrada. Se abre el debate, por supuesto.



Yo sólo sé que desde la primera maldita sesión de radio, una media hora después de algo que, esto es verdad, doler no había dolido nada, empecé a vomitar y no paré hasta aproximadamente un mes después. Nunca, jamás, me había sentido tan débil y enferma como cuando tuve que someterme a las sesiones de radioterapia. A la primera, claro, fui por mi propio pie, encaramándome muy confiada a aquél colchón. Creyendo a pies juntillas en la inocuidad descrita por A. HUCA / Dr. TV. 

Las siguientes sesiones ya estaba ingresada, por lo que unos bedeles encantadores me venían a buscar early in the morning a la habitación, me sentaban bien momificada y mascarillada en una silla de ruedas (todo un suplicio de verticalidad en aquellas circunstancias, lo juro); y tras conducirme al piso de los rayos me aparcaban amablemente en el Rincón De Esperar.  En estos trayectos siempre me aseguraba de llevar conmigo una toalla o bolsa para vomitar mientras esperaba, vómitos de algo verde y viscoso y pinta nada saludable, bastante radiactiva de hecho, a juego con los cartelitos de “riesgo de radiación” que decoran las paredes en este ala del hospital.

Ya en la intimidad de mi aparcamiento, yo buscaba desesperadamente alguna camilla de estas que andan por ahí abandonadas en los pasillos, para reptando encaramarme a ella buscando la posición más horizontal posible hasta que me tocara entrar. Pasado un tiempo prudencial de espera, que variaba un poco en función de que alguien que ya se hubiera tomado un café se percatara de que había un paciente aparcado en el Rincón de Esperar[1], los doctores (los de verdad, el Dr TV ya no estaba en el meollo) me llamaban para pasar a la sala de la sesión.

En todo este proceso no hubo rastro del molde protector del pulmón, ni del Dr. TV, quien, o estaba muy bien escondido observándolo todo desde un rincón secreto o bien se cuidaba mucho de realizar sus labores en espacios radiactivos.

Tuvo, eso sí, una última aparición final. Yo me disponía a recibir ya la última sesión de radio y estaba en la camilla esperando a que aquello empezara. Entonces apareció de la nada e hizo lo suyo, a saber, cogerme la mano y preguntarme con voz empalagosa qué tal estaba, prometiendo dirigirse a mi habitación después, acorde con la cita de control que teníamos programada.  Así nos evitaría a mi madre y a mí el tener que bajar a su despacho con aquellos pijamas tan horrendos y en aquellas delicadas circunstancias.  Qué majo, de verdad.

Por supuesto, no le volví a ver el pelo.

No obstante, quiero romper una lanza en favor del Dr. Tv. / A. Huca para los amigos. A lo mejor en el fondo el Dr. TV sabía exactamente lo que hacía. Igual el doctor TV es doctor.  Uno de esos doctores hippies, sí, que bajo su punto de vista holístico y alternata decidió que para qué hacerme sufrir con horrendos datos realistas pudiendo hacerme creer que todo iba a ir como la seda, que aquello de la radioterapia era totalmente inocuo y placentero como un masaje japonés. Así, pensó seguramente, la chica vendrá de mano mucho más fuerte mentalmente y motivada, sin miedos ni predisposiciones a sufrir, creyéndose, en definitiva, muy preparada y dispuesta, algo que, hablando en serio, es fundamental en esta vida no ya a la hora de afrontar un cáncer sino hasta para comprar el pan. Todos sabemos la importancia del coco a la hora de hacer frente a una situación difícil. La importancia del coco, en general. Como diría mi abuelo, que en paz descanse: Lo importante es lo que va debajo de la boina. Ay, abuelo, qué gran verdad.

Eso sí, me hubiera gustado esa protección en el pulmón. No mola que te radien así a lo loco.
A no ser que con ello desarrolles alguna mutación consistente en Superpoder, eso siempre vaya por delante.




[1] (Recordemos que esto era prontito por la mañana, y no seré yo quien defienda eso del madrugar)

5 comentarios:

  1. Quizás soñaste al doc TV, quizás sólo está debajo de tu boina. Quizá tú eres Lynch y no hay Ed Harris.

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  2. Tania y Mybro, vosotras sí que sois Lynch! Lynch nos hace creer en la originalidad de sus movidas rarunas salidas de su mente de genio, pero en verdad está todo el día pendiente de vuestras cuentas de Instagram a ver vuestras fotos y copiaros. El otro día me pareció verlo por Oviedo siguiendo a Tania a una distancia prudencial, iba con un paquete del Etsy de Mybro haciendo de Catalejo.

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